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Además, una ley decretada por los teytes (ancianos), prohibía la unión entre jóvenes de tribus rivales. Nagrando y Ometepetl se conocieron por azar una tarde y se enamoraron locamente. Ambos se juraron amor eterno ante dos de sus Dioses, Tamagastad y Cipaltomal. Su amor se mantuvo vivo entre encuentros furtivos secretos hasta que un día fueron vistos por los heraldos del teyte niquirano.