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Con las llaves en la mano, ella nos arrastra afuera de la puerta y cierra. … no es que ella sepa que es mi chica. Lucha contra mí, es tan linda que no puedo evitar reírme con ella. La idea era muy simple: Buddy Rickles (excepto por dos letras el personaje se llamaba igual que el actor, Buddy Riggles) era un hombre corriente que vivía en una zona residencial de California. Era consciente del contraste entre ellos, que iban muy arreglados, y yo, que llevaba la ropa sucia y no me había bañado en un par de días, aparte de que mi pelo estaba pidiendo a gritos corte y lavado-. Sólo un par de meses más, Mattie -dijo al fin, arrancándome de mi ensueño-. Encantado -dijo Nat al tiempo que me lanzaba una mirada asesina por cómo lo había definido-. Nat y yo llegamos al trabajo en unos minutos. Finalmente fue Nat quien rompió el silencio.

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Mitat dice que el lugar estaba lleno de gente de «todas partes» (Reino Unido, Canadá, Francia, Bélgica, Túnez, Marruecos, Argelia y Arabia Saudita). Un mes después de haber llegaron allí, Mitat asegura que se divorció de Abu Talha porque no la dejó salir de la casa. Ambos sabíamos lo que estaba pensando el otro, pero hasta ese momento ninguno de los dos había dicho nada. Necesito saber lo que te ha dicho. Nos deteníamos a hablar con algunos vecinos, ya fuera del tiempo o de lo que vestía cada cual. Es culpa del maldito francés. Tiene dos pisos. Soy dueño del edificio. Resopló y cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra apoyándose en el bastón-. Mientras estábamos en una esquina hablando con la señora Henchley, que había perdido a su marido el duro invierno anterior a causa de una pleuresía, vi algo que me encendió la sangre. Zulu, señora Amberton -concluyó, y se alejó renqueando.

Una señora Amberton jadeante escogió ese momento para materializarse a mi lado. Saca un kit de primeros auxilios y lo pone a mi lado. Me caí de la escalera de mano cuando intentaba colocar unas lámparas en el techo de mi casa de Londres. Me iré a Londres y me instalaré allí para siempre. Lola es dulce pero puede ser terriblemente inocente. Lola se ve pensativa y lentamente dice: —Creo que sé que pasó. De pronto pensé que todas esas gentes, que se conocían tan bien entre ellas, jamás utilizaban su nombre de pila, sino que preferían tratarse de «señor» o «señora». Era un revolucionario nato, pero no tenía un carácter impulsivo: jamás se habría marchado de Cageley obedeciendo a un arrebato, sino que esperaba al momento en que pudiera valerse por sí mismo. Esperé a que hiciera una pausa y, cuando levantó la pieza para observarla a la luz y soplar el polvo, eché a andar con las manos a la espalda haciendo aspavientos para que me oyera. Abrí la ventana después de tenderla en el lecho, y cuando iba a salir reparé en que tenía la camisa y las manos ensangrentadas.