El cuarto era tan grande como la cocina de su madre. Jo trató de recordar si había visto alguna vez el fregadero de su madre vacío. Por una vez me gustaría dormir. Ante la ansiedad de Sheila, Jo consiguió emitir una risa irónica que, una vez oyó el chasquido de la puerta al cerrarse, se convirtió en una sollozo ahogado. Sin decir una palabra, Francesca le indicó a Jo que esperara en el salón y cerró la puerta tras de sí. Sí. – Se acercó hacia él. Le pregunté si todo estaba bien y dijo que cree que sí pero que no dañaría hacerse un chequeo. Le dirigí una última mirada y antes de salir a la calle me arrebujé con la bufanda, asegurándome de que mi cabeza seguía bien sujeta al cuerpo. Ya está bien -le espeté a Tomas-. Mi esposa llegará enseguida -le dijo a Jo a su espalda.
Enfrente, estaba el televisor más grande que había visto en su vida. Se encontraba en la cocina más grande y luminosa que había visto en toda su vida; era tan grande como toda la planta baja de la casa de sus padres. Dick se acercó entonces a otra puerta que había detrás de él y lo que Jo había pensado que era un armario resultó ser una sala de lavandería de buen tamaño, donde había otro fregadero más grande, aunque menos bonito. Dick precedió a Jo por un estrecho pasillo hasta la parte trasera de la casa, donde le abrió la puerta de la cocina, a la que entró detrás de ella. Entonces la puerta principal se cerró y, pasado un instante de silencio, oyó que el hombre decía en voz alta: -Santa madre de Dios. Toby aprovechó ese momento para forzar una explicación entrecortada acerca de su comportamiento en el pasado y una disculpa que habría derretido el corazón de cualquiera. Consíguete unas pelotas y ve a por ese tío. En ese preciso instante, Josh Fitzgerald estaba descubriendo la eficacia de radio macuto en la oficina.
Josh la miró y no daba crédito a lo que vio. No voy a pujar por ti, querida, ni que fueras ganado. Cuando conocí a Molly, sentí como si hubiera ganado la lotería vecinal. Y mientras contemplaba todos los objetos alineados sobre el ancho alféizar de azulejos mediterráneos vidriados, Jo estuvo tentada a estar de acuerdo con su madre: era como estar en medio de un campo de batalla de cromo. Solo la nevera era fácilmente reconocible gracias al dispensador de cubitos de hielo y, a su lado, el enorme fregadero con forma de riñón estaba completamente vacío y limpio, gracias al lavavajillas hábilmente disfrazado. Siguió a Dick con la mirada mientras él recogía algunas tazas y las metía en el lavavajillas. Jo lo asimiló todo y entonces volvió a mirar a Dick mientras asentía con agrado. Dick le ofreció una silla y ella se sentó a la mesa de cristal de la zona comedor.
En torno a la mesa de cristal había seis sillas de hierro de altos respaldos, con asientos de terciopelo arrugado, que recordaban de un modo extraordinario a unos tronos. Mientras me dirigía hacia allí había observado a un pequeño grupo de enfermeras excitadas frente al panel de cristal de su habitación, mientras comentaban cuánto lamentaría «Tina» la noticia de la muerte de «Sam». Ella se levantó de nuevo. Alrededor del fregadero y encima de los armarios se extendía una encimera de granito, con los bordes curvados, que refulgía lujosamente. De dónde dijiste que eres? O sea, chandal del tottenham 2021 2022 que era su cuñado. Era como estar en la gruta de una bruja moderna. Es una mala persona. El televisor era tan enorme que daba la sensación de que había otra persona más en la estancia. Intentó no mirarse las piernas y los pies a través del cristal, pero era una sensación demasiado extraña.
Jo se sobresaltó ante el primer pestañeo con la sensación de que la habían pillado con las manos en la masa, espiando. Las paredes estaban pintadas en un tono de rojo distinto y vistoso, y en el centro de la pared había una asombrosa chimenea victoriana rodeada de brillantes azulejos indudablemente victorianos decorados al milímetro. En la pared de enfrente se extendía una chaise longue junto a la cual había una diminuta mesa en la que descansaba un teléfono estilo Victoriano de imitación. Las había robado días atrás a un joven caballero que cometió la insensatez de dejarlas a la puerta de su habitación en el Refugio del Viajante, un albergue cercano al puerto. En las paredes, unos candelabros de hierro forjado sostenían gruesas velas deformadas, al igual que la araña central, también a juego. Todas las ventanas tenían un marco esmeradamente restaurado, y las cortinas eran magníficas, de un rojo aún más oscuro y vistoso que las paredes, y estaban recogidas con espectaculares enganches de hierro forjado. Las paredes estaban pintadas de un rojo suntuoso. También contaba con todas las modernidades posibles, incluyendo máquinas para hacer café, pasta y pan.